Acaba de publicar Quintaesencia, un libro de aforismos reflejo de una vida tan intensa como poco ruidosa, íntima. La perodista y finalista del Premio Planeta, Mara Torres, conversa con el escritor sobre la vida, la muerte, la pasión, el amor y el desamor.
Al verle, me digo que el escritor mantiene su quintaesencia impoluta. La delicadeza en el gesto, la mirada tranquila, el habla calma y cómplice, y su par de inconfundibles: un pañuelo en el cuello y un bastón. “Lo he llevado toda la vida, pero sólo lo necesito ahora, con la enfermedad”, me dice en un susurro. Un hombre que hace gala de su nombre.
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La culpa fue de mi ama, que me
salvó el día del bautizo, en Cuéllar. A mí me iban a llamar Martín, y tú sabes
que una martingala es una artimaña
para engañar a alguien, es una desvergüenza, y mi ama se abalanzó sobre el
sacerdote gritando: “¡Mi niño no se va a llamar Martín Gala, no, mi niño nooo!”
Y no me soltó hasta que no me pusieron Antonio. ¿Te imaginas el cachondeo que
hubiera sido? ¡No me hubiera recuperado nunca!
Te gusta hablar de tu ama, en casi todas las entrevistas la mencionas…
Y eso que luego me traicionó. Me
la prestó mi madre un tiempo, cuando me vine a Madrid, que vivía en el
apartamento de Rafael Azcona, y al cabo de unos meses me dijo: “Me voy, yo no
estoy acostumbrada a vivir a lo pobre”. Y se fue. Y eso que yo la cuidaba a veces con copitas de vino, a
veces con pastillas con las que ella se dormía… ¡Me sentó como un tiro que se
fuera!
¿Cómo era la relación con tus padres?
Sabía que mi padre tenía una cierta
predilección por mí, entre otras cosas porque yo me parecía a la familia de él
y mis hermanos (que eran los guapos) se parecían a mi madre. Y siempre le quise agradar, pero no sabía
hasta qué punto... Verás, me llamó mi madre estando yo en Florencia y me dijo
que había que trasladar a papá porque ya tenía la enfermedad tradicional de los
Gala, que era el Alzheimer. “A papá no se le lleva a ninguna
parte porque le voy a cuidar yo”, le dije.
¿Por qué dice que el Alzheimer es la enfermedad tradicional de los
Gala?
Porque lo era. Entonces no estaba
tan de moda, pero los nuestros se adelantaron. Y era curioso porque mis tías
nunca entraban en la cocina (igual que yo, que nunca he entrado en ninguna
porque me parece que es un terreno que no es mío y no me apetece) y entonces un día una
de ellas entraba, cogía una pastilla de jabón y la echaba en la cazuela y entonces
la cocinera salía a buscar a mi padre y le decía: “Señor, la señora… ya está”
que quería decir: “Ya tiene el Alzheimer”.
Los Caballero Bonald tenían a los encamados y vosotros a los Alzheimer.
Yo ahora me estoy haciendo
encamado, como los de mi compadre Caballero Bonald, porque desde que estoy
enfermo cada vez me gusta más estar en la cama para no andar por aquí dando
vueltas.
¿Cómo ha sido este año de enfermedad?
Desagradable, un cáncer es
desagradable. A mí me hicieron una colonoscopia que salió mal y se transformó
en un cáncer de recto, pero aún así, defiendo la sanidad pública porque a mí
los médicos me han salvado muchas veces la vida… Y, por otra parte, la
enfermedad me ha complacido porque,
con los años, me he ido haciendo poco “salidero” y entonces ahora no tengo que
justificar por qué no tengo que salir a la calle.
¿Te gusta la soledad?
Mucho. A mí me dan a elegir entre
la soledad y la felicidad y elijo la soledad porque no me produce ansia y
porque está acompañada de mis recuerdos. Yo me río de repente y las personas
que están alrededor dicen: “Ya está otra vez tarumba, el pobre…” Y ¡no! Me he echado a reír porque me he acordado de
algo risible, por ejemplo, de Troylo, el perro mío que era una de las peores
personas que he conocido, pero muy gracioso.
No en vano le dedicó Charlas con
Troylo, un libro de artículos.
Los perros son la absoluta
fidelidad hasta después de muertos. En La Baltasara, la finca que tengo en
Málaga, hay un pequeño cementerio con las tumbas blancas y pequeñas de los
perrillos que han ido muriendo. De entre las tumbas ha nacido un árbol -el árbol
del Paraíso, lo llamo- como si ellos me estuvieran diciendo: “Estamos bien”
porque, más allá de la muerte, hablan contigo.
En Quintaesencia escribes: “Del amor sólo se puede hablar cuando no se
está enamorado, porque cuando se está enamorado: se ama. El amor no se dice, se
hace. Todo lo contrario de la literatura. La literatura se dice, no se hace” ¿Por
qué sabes tanto del amor?
Porque he tenido mucho más tiempo
para pensar en él que para hacerlo.
¿Has sido un hombre amado?
Si en otra época de mi vida me
hubieran preguntado: “¿Tú eres un hombre amante o amado?” me hubiera enfadado
mucho, porque yo siempre me he sentido el amante, el generador de emociones, el
gerundio activo… Y te voy a contar una cosa que pasó en casa de la actriz
Analía Gadé. Dio una cena en su casa y cuando entré en aquel salón lleno de
gente, me di cuenta de que allí no nos conocíamos ninguno, de que no había ninguna
conexión entre nosotros y pensé: “Esto lo voy a solucionar”. Dije: “Vamos a
jugar a una cosa: vale hacerse todo tipo de preguntas para saber si somos
amantes o amados. Luego, en base a las respuestas de cada uno, los demás votamos quién es amante y quien es
amado.” Lo pasamos en grande… “¿Te gusta más regalar o que te regalen? ¿El
amanecer o el anochecer?” Sorprendentemente, llegamos a conclusiones parecidas,
algunas incluso desconcertantes, porque auténticos bellezones, como la misma
Analía Gadé, aparentemente amada, salió amante. Y cuando me toca el turno a mí,
yo, que me consideraba El Amante, voy y salgo, por unanimidad, amado. Me enfadé
y dije: “Este juego lo he inventado yo y lo tacho de la faz de la Tierra porque
es una idiotez y me voy llorando a mi casa”. Con el tiempo me he dado cuenta de
que tenían cierta razón porque, en el fondo, he sido siempre amado.
¿Qué diferencia hay entre amor y pasión?
La pasión es amontonar toda la
cantidad de amor que hace falta para una vida y tratar de darla en el menor
tiempo posible, por eso la pasión no es siempre correspondida, porque asusta un
poco y es efímera, y el amado lo sabe. Por su parte, el amado sabe que su
sencilla entrega también intranquiliza, no es ningún tonto.
Y el enamoramiento, ¿se puede transformar en amor?
No se puede transformar en amor
porque el amor es él, no necesita transformaciones, no es un payaso de circo
que se va disfrazando y convirtiendo en una cosa o en otra.
¿Y cómo lo distinguimos?
No ha de distinguirse porque cada
uno lo vive de una forma diferente… Mi primer libro de poesía, por el que me
dieron el Adonais, se titulaba Enemigo
íntimo, que es una definición del amor porque es el verdadero enemigo
íntimo.
¿Se entiende mejor el amor en el desamor?
Lo entiende quien abandona, quien
sale de esa celda que con el otro estaba llena, porque tiene la capacidad de comparar:
“¿Cómo estaba y cómo estoy?” El que queda dentro se encuentra desolado, no
entiende nada ni puede entender nada.
¿Te has separado muchas veces?
No, no… Yo no cambio fácilmente
de persona. Además, yo sigo tratando a la gente. Y si sigues tratando a la
persona que te acompañó y con quien tuviste, quizá, una historia de amor…
probablemente no has estado enamorado. Porque si el amor no es solo una
ventolera, sino que se convierte en un estado de vida, una forma de ver el
mundo a través de otros ojos con los tuyos y eso se rompe, el desastre amoroso
es capaz de acabar contigo y eso no puede pasarte más que una vez en la vida,
porque si no ya se toma por costumbre, ya sabes que no te vas a morir y te conviertes en un “aficionado al
desastre”.
¿Por qué llevas dos alianzas?
Una de mi padre y otra de mi
madre. Y como te contaba al principio… Mi padre enfermó de Alzheimer y yo dije:
“Su clínica soy yo”. Y vivió cuatro meses conmigo en una
planta de la casa durante los cuales yo apenas dormí y él no paraba de hablar.
Hablaba de mí, sin reconocerme. Mi vida me la sé desde que nací porque se la
contó mi padre a una persona que no conocía que era yo. Y él hablaba de su niño
que toreaba, su niño que le sentaban los novios en las bodas, su niño de notas
brillantes, su niño el más listo del mundo… Y yo le decía: “Papá, soy yo” Y él
me sonreía y me decía: “Más quisieras.”
¿Y cómo fue para ti su muerte?
Ya había ido sintiendo que él me
preparaba para su retirada durante esos cuatro meses tan largos. La prueba
terrible me la dio una vez muerto porque yo había intentado ser todo por él, me
matriculé en derecho, en filosofía… por él, para que gozara con las matrículas
de honor de su niño, para que gozara con los títulos, y yo lo que quería era
escribir, pero no podía darle ese disgusto… Y los quince días de fallecer, voy
paseando en Madrid con la Dama de Otoño y me dicen que mi obra Los verdes campos del Edén, que habían
presentado unos amigos sin mi permiso a un premio mientras yo le estaba
cuidando, había ganado el Calderón de la Barca. Y entonces vi el dedo de mi
padre señalándome: “Hazlo”.
Fuente: Revista Glamour (Febrero de 2013).